Reflexión #205: Perder Para Ganar

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“Lo he perdido todo . . . para ganar a Cristo.” (Filipenses 3:8)

En cada vida extraordinaria ha habido una abnegación extraordinaria.
Abraham comenzó desprendiéndose, y saliendo, y a lo largo del camino no
hizo sino renunciar, primero a su hogar, a su padre y a su pasado; después a su
herencia, para cedérselo a Lot, su sobrino egoísta; y finalmente, al propio hijo
de la promesa sobre el altar de Moriah. Pero llegó a ser el padre de los fíeles,
cuya herencia era como la arena del mar y las estrellas del cielo.

Escuche a David diciendo: “Porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos
que no me cuesten nada” (2 Samuel 24:24). David pagó el precio completo. Y
leemos: “El trono de David será firme perpetuamente delante de Jehová” (1
Reyes 2:45).

Ana entregó su hijo y éste llegó a ser el profeta de la restauración del antiguo
Israel.

Pablo no sólo sufrió la pérdida de todas las cosas, sino que las contó como
basura para poder ganar a Cristo. Y Pablo estuvo delante de personas sencillas
y en palacios de reyes.

Así es siempre: el verdadero sacrificio que llega al punto de una total entrega de
sí mismo, nos trae la revelación de Dios en su plenitud. Como ya hemos visto, fue
sólo con la condición de que Jacob se desprendiera y los hermanos trajeran lo
mejor que tenían, es decir, a Benjamín, que podían volver a ver el rostro de
José. Y cuando Judá hizo más que esto y se ofreció a sí mismo para ser el es-
clavo de José para siempre, fue entonces que José ya no pudo contenerse, sino
que se sintió obligado a revelar todo a aquéllos que su corazón había añorado.

Así es como Dios obra con nosotros. Dios no puede darnos a
conocer su personalidad y amor en toda su plenitud hasta que hayamos ren-
dido a Él incondicionalmente y para siempre, no sólo todo lo que tenemos,
sino todo lo que somos. Entonces Dios ya no puede contenerse, sino que posa
sobre nosotros tal revelación de sí mismo que no puede expresarse en
palabras.