Reflexión #115: El Valor de Una Oración

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“Yo, Yo soy vuestro Consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre,
que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno?”
(Isaías 51:12)

Dios es mayor que cualquier persona, que cualquier problema. Muchos enti-
enden esto en la teoría, pero en la práctica, les temen a los acreedores, les temen a
los envidiosos, les temen a las amenazas, les temen a los que tienen odio. Si supi-
eran el tamaño de la fuerza y del poder del Dios a Quien dicen servir, jamás teme-
rían.

¿Quiénes pensamos que somos para temerle a un mortal, si tenemos a nuestro
favor al Inmortal? ¿Cómo nos atrevemos a tener miedo? Quien no Lo conoce in-
cluso puede temer, es natural, pero quien vive por la fe tiene una orden bien clara
que seguir:

“Porque el SEÑOR me dijo de esta manera con mano fuerte, y me enseñó que no
caminase por el camino de este pueblo, diciendo: No llaméis conspiración a todas las
cosas que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis
miedo. Al SEÑOR de los Ejércitos, a Él santificad; sea Él vuestro temor, y Él sea vues-
tro miedo.” (Isaías 8:11-13)

Nuestros enemigos sí tienen mucho que temer. Nuestro Dios es poderoso,
grande, magnífico, terrible. Los que son de Él pueden decir, con toda la seguridad:
“El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El SEÑOR es la fortaleza de
mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmos 27:1) Sin embargo, solo puede
tener esa seguridad quien hizo de Dios la fortaleza de su vida. Si Él es su luz, su
salvación y su fortaleza, entonces, ¿a qué le tendrá miedo? Pero si tiene miedo,
haga hoy de Él su luz, su salvación y su fortaleza. Crea en esto, y estará seguro.

No tenga miedo. Dios es su fortaleza y su salvación.

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