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Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. (Salmos 63:1-3)
Había personas en la Biblia llamados honderos (soldados que usaban la honda) quienes derrotaban a sus enemigos lanzando piedras, y arrojando tierra dentro de sus pozos, contanimando asi las fuentes de sus aguas. (2 Reyes 3:25). Todos conocemos los honderos de hoy en día, que no secan pozos o lanzan dardos a nuestro cuerpo pero si emiten juicios, levantan acusaciones y critican sin contemplación a los demás. Ciertamente no queremos honderos en nuestra vida, ni tampoco queremos convertirnos en uno.
No seamos como un hondero que contamina la fe de otros o su propia fe. Y para no serlo, busquemos a Dios en todo momento, pues solo Él nos llenará del agua viva que necesitamos para no caer en esa triste realidad.
Señor, que busque Tu presencia en todo momento, para no convertirme en un hondero de malos pensamientos o sentimientos, sino en un siervo que desde Tu Palabra, levante y edifique a los que le rodean. Amén.