Reflexión #279: Nueva Vida

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“Y sucederá que como fuisteis maldición entre las naciones, oh casa de Judá y casa
de Israel, así os salvaré y seréis bendición. No temáis, mas esfuércense vuestras
manos.” (Zacarías 8:13)

Nicodemo llevaba una vida religiosa impecable, pero oyó del Señor Jesús: “De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”
(Juan 3:3). Parecía absurdo. “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede
acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Juan 3:4). El en-
tendimiento de Nicodemo aún era estrictamente carnal. El Señor Jesús respondió:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede en-
trar en el reino de Dios.” (Juan 3:5).

El nuevo nacimiento no es un simple cambio de hábitos o de religión, es una
profunda transformación del carácter. Una nueva persona. Un nuevo corazón; un
nuevo pensamiento; una nueva visión de vida. Un hijo de Dios, con la naturaleza
del Padre. Eso solo lo puede hacer el Espíritu de Dios. Por eso, hay que buscarlo
con todas las fuerzas.

Así, quien era maldición pasa a ser bendición. No simplemente bendecido, sino
la propia bendición. Su carácter cambia; tarde o temprano será considerado el
mejor hijo; un ciudadano honrado; un modelo de padre; una madre extraordinaria;
la esposa ideal; el marido ejemplar; un profesional excelente.

Es el mayor milagro que un ser humano puede alcanzar. Y está a disposición de
quien cree. De quien se dispone a entregar su vida a cambio de una nueva vida.
Nacer no es fácil. Crecer, tampoco. Pero la promesa es para quien decide abrazar
esa nueva chance y comenzar de nuevo. No más a su manera, sino a la manera de
Dios.

La promesa está a disposición de quien se entrega.