Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor. (1 Corintios 9:2)
Nuestros derechos están entre los asuntos más difíciles a los que podemos renunciar, ya que se siente como algo injusto. Después de todo, son una afirmación de que tenemos derecho moral o legal a algo o a actuar de cierta manera. Sin embargo, para servir a Cristo el apóstol Pablo decidió no insistir en ciertos derechos y privilegios.
La libertad según Dios conlleva responsabilidad y, por lo tanto, no debe ser un medio egoísta de hacer que los demás nos traten como deseamos. Como dice 1 Pedro 2.16, nuestra libertad no es un pretexto para hacer lo malo, sino que debemos usarla “como siervos de Dios”. Cristo nos dio libertad del poder del pecado para que pudiéramos obedecer al Padre celestial, y parte de la obediencia es servirnos unos a otros con abnegación. El Padre celestial también quiere que sus seguidores compartan las buenas nuevas de salvación y perdón de pecados mediante la fe en el Señor Jesucristo.
Si creemos que Cristo nos hizo libres solo para que vivamos para nosotros mismos, entonces no hemos entendido la verdad y estamos abusando de la libertad que tenemos. Pablo comparó la vida cristiana con una competencia en los juegos olímpicos. En el sistema mundial, una persona gana exigiendo sus derechos; pero en la carrera de Dios somos victoriosos cuando nos disciplinamos para obedecerlo y cumplir su voluntad.