Reflexión #244: El Pacto

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“Y el SEÑOR me librará de toda obra mala, y me preservará para
su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
(2 Timoteo 4:18)

No hay qué temer. Cuando se tiene un compromiso con Dios, hay protección y
libramiento. Pueden hacer lo que sea. No existe envidia, mal de ojo, no existe nada
que pueda perjudicar a aquel que hizo un pacto con Dios. No importa cuál obra
maligna sea hecha, aquel que tiene un pacto con Dios tiene la protección. Un cu-
erpo cerrado. Será libre del mal en este mundo e incluso tiene la promesa de la
salvación eterna.

Pero, ¿cómo hacer ese pacto? ¿Cómo mantenerse en él? La respuesta es: sacri-
ficio. No un sacrificio de animales, no un sacrificio que no cueste nada. Un sacri-
ficio diario, de renuncia de la propia voluntad. Entrega completa de vida. Día tras
día. Negarse a sí mismo. Cargar la cruz.

El pacto debe ser mantenido. Mantenido con esfuerzo. Mantenido con el sacri-
ficio diario de su propia carne. No del sufrimiento físico, sino de la renuncia de la
vieja vida. La vida que no se quiere más, pero por la cual el corazón aún clama. No
hay otra salida. No existe omelette sin cascar los huevos. No existe la salvación sin
una fe sacrificial. No existe un Pacto sin un sacrificio de las partes, del Creador y
de la criatura.

¿Qué matrimonio sobrevive sin el sacrificio de la pareja? ¿Qué alianza sobrevive
sin el sacrificio de los involucrados? ¿Quién puede tomar del Cáliz de la Nueva Ali-
anza de la Sangre de Jesús sin el sacrificio personal? Solo existe una puerta, una
puerta estrecha, un camino angosto. Sin facilidad. Sin cosas fáciles. Sino con la
promesa de la entrada al Reino Eterno. Una promesa hecha por Quien no puede
mentir. Una promesa por la cual nuestra alma suspira diariamente. Que hace que
todo sacrificio valga la pena.

No importa qué obra maligna fue hecha, aquel que tiene un pacto con Dios tiene
la protección.