“Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió
Su rostro; sino que cuando clamó a Él, le oyó.”
(Salmos 22:24)
Dios no esconde Su rostro cuando el afligido busca socorro. Él ve su aflic-
ción y la considera seriamente. Sin embargo, solo puede acoger a quien Lo in-
voca con todas sus fuerzas, aunque sean pocas. El grito pidiendo socorro viene
cuando no se aguanta más. Cuando la carga es demasiado pesada para sopor-
tarla.
Mientras intente administrar sus problemas con sus propias fuerzas, no lo-
grará gritar pidiendo socorro. Ese grito puede ser silencioso, desde el fondo de
su alma, pero tiene que existir. El grito de la entrega, de la confianza. El grito de
la sed de justicia, de la sed de Salvación. El grito silencioso de la oración sin-
cera de los afligidos, de los humillados. El grito de quien no aguanta más.
Comparta con Él lo que oprime su alma. Haga hoy una oración sincera entre-
gándole a Dios todas las situaciones que lo afligen, que no ha logrado resolver.
Si usted entregó su vida en las manos de Dios, Su auxilio está a su disposición.
Nuestro Dios es Fiel, está presente con los afligidos. Él espera solamente que
Lo invoquen de todo corazón, con todas las fuerzas y entendimiento para,
entonces, responder. Para, entonces, mostrarse fuerte en la vida de quienes
creen.
Dios no esconde Su rostro de quien busca socorro con todas sus fuerzas.