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“Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob.” (Isaías 41:21)
Vivió en Canadá una irlandesa a la que llamaban “Sabia Ana”. Llegó a cumplir cien años de edad. Cuando era muchacha trabajaba para una familia por un salario mínimo; sus amos eran muy crueles. La hacían cargar el agua subiendo un kilómetro y medio por una empinada colina. En un tiempo se había cavado un pozo en aquel lugar; éste se había secado, pero permanecía allí año tras año. Una noche Ana estaba muy cansada y cayó de rodillas y clamó a Dios. Mientras estaba arrodillada leyó estas palabras: “Abriré… fuentes en medio de los valles… manantiales de aguas en la tierra seca.” “Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas.”
Estas palabras impresionaron a Ana y ella alegó su causa delante del Señor. Le dijo lo mucho que necesitaban el agua y lo difícil que era para ella cargarla, subiendo la empinada colina; entonces se acostó y se quedó dormida. Había alegado su causa y presentado sus pruebas. Temprano a la mañana siguiente la vieron tomar un balde y encaminarse al pozo. Alguien le preguntó adónde iba y ella contestó: “Voy a sacar agua del pozo.” “Pues, está seco”, fue la respuesta. Pero eso no detuvo a Ana. Ella sabía en quién había creído y continuó su camino; y ¡he aquí que en el pozo había ochenta y tres pies de agua pura y fría, y me dijo que más nunca se secó! Esa es la manera en que el Señor puede cumplir sus promesas. “Alegad por vuestra causa; presentad vuestras pruebas”, y véalo obrar a su favor.
¡Qué poco usamos este método de argumento santo en oración!, y sin embargo, hay muchos ejemplos de él en la escritura: Abraham, Jacob, Moisés, Elías, Daniel, todos ellos usaron argumentos en oración y reclamaron la intervención divina en base a las peticiones que presentaron.