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Recibid mi enseñanza, y no plata y ciencia antes que el oro escogido. (Proverbios 8:10)
Tú solo le das valor a las cosas que te interesan. Es una ley de la vida. Nadie se detiene debajo de un naranjo si no le gustan las naranjas. El dinero le interesa a todos. Es incuestionable su valor. El otro día, alguien dijo: “El dinero no hace la felicidad… ¡Pero cómo ayuda!” Sin embargo, el texto de hoy muestra que en lugar de buscar lo que “ayuda”, es mejor buscar la propia felicidad. Los libros de Salmos y Proverbios dan la impresión de ser repetitivos al afirmar que el secreto de la felicidad es encontrar el camino y andar en él. La felicidad no es una meta, es un camino. Tú no llegas, tú andas. Avanzas mientras eres feliz. El día que dejas de avanzar, creyendo que ya alcanzaste la felicidad, dejas de ser feliz.
Si la felicidad, como dijimos, es un camino, entonces evidentemente es un proceso. Todo proceso incluye crecimiento, y no hay crecimiento sin aprendizaje. Por eso, Salomón afirma: “Recibid mi enseñanza”.
Para aceptar la enseñanza lo primero que tú debes hacer es aceptar que el Maestro sabe más que tú. Es necesario ser humilde. El orgullo es la mayor barrera en el proceso del aprendizaje, y el corazón humano es por naturaleza orgulloso. Cree que lo sabe todo, y que puede encontrar su propio camino. Se pierde en la selva enmarañada de sus propios razonamientos. Justifica sus errores. Explica sus actitudes, pero no se entrega.
Dios podría abandonar a la criatura flotando en las aguas turbulentas de la suficiencia propia, pero no lo hace. Está siempre dispuesto a enseñarnos. Conoce bien el camino. Nos creó. Conoce los rincones más oscuros y tenebrosos del corazón y la mente. Está siempre dispuesto a enseñar, si la criatura desea aprender. La joya más cara del mundo, no tiene ningún valor en las manos de alguien que la rechaza. Las cosas solo tienen sentido si ocupan un lugar en tu corazón y te inspiran a la acción. Acepta hoy los consejos divinos. Ponlos en práctica. Vívelos. Experiméntalos. Escucha la voz de Dios