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“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.” (Colosenses 3:15)
Gilberto y Alberto eran hermanos, pero vivían una especie de guerra porque ambos reclamaban la propiedad del negocio familiar. El padre de ambos, ya fallecido, había logrado tener un gran almacén de repuestos para automóviles, pero ahora los hermanos luchaban por la herencia.
Un día, cansado de los problemas, Alberto decidió irse a la capital del país donde vivió durante varios años. Allí se enamoró de una muchacha, se casaron y tuvieron tres hijos. Alberto y su familia conocieron al Señor Jesús como Salvador y pronto él olvidó y perdonó las rencillas con su hermano mayor. Después de una década decidió regresar a su pueblo natal y reconciliarse con Gilberto. El encuentro fue emotivo, ambos lloraron abrazados y se pidieron perdón. También Gilberto había conocido al Señor y la paz de Dios inundaba su vida.
Hoy, los seres humanos vivimos en una especie de vorágine que nos consume y son muchos los factores que contribuyen a arrebatarnos el sosiego, la paz y el disfrute de la vida. Vivir en paz resulta casi imposible para muchos y, aunque nos afanamos, no damos con la solución. Pero la solución está al alcance de todos. La solución es concederle a Jesús el gobierno de nuestra vida.
Todo cambia cuando Jesucristo es el gobernante, el rey, que nos indica cómo vivir. Él calma la ansiedad, nos llena de confianza y de sosiego, nos muestra la senda correcta y nos sostiene de la mano para vivir confiados en Su poder.
Jesús dijo: «Mi paz os dejo, mi paz os doy…». Aprendamos a vivir bajo la paz del Señor.