“Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.”
(Romanos 12:14)
Así como hay autoridad en la palabra de bendición, también hay autoridad
en la palabra de maldición. El Señor Jesús enseñó:
“Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los
que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla,
preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A
cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devu-
elva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced
vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Por-
que también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os
hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si
prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también
los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros
enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro
galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingra-
tos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es miseri-
cordioso.” (Lucas 6:27-36)
Si bendecimos a quien nos persigue y amamos a nuestros enemigos, ¿preva-
lecerá la injusticia? ¡De ninguna manera! “No os venguéis vosotros mismos, ama-
dos Míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza,
Yo pagaré, dice el Señor.” (Romanos 12:19) Le entregamos a Dios el derecho de
defender nuestra causa, y eso es confianza. Quien hace la justicia es el Juez.
Quienes están en tinieblas ya sembraron su propia maldición.
Deje la venganza para el Único digno de ser temido.